CUENTOS CINEMATÓFAGOS




CUENTO CINEMATÓFAGO CIBERPULP
(EL INFORME 158)


Ahí tienen su nuevo pisapapeles. La verdad, es que el sitio se había convertido en un agujero: la torre de control hecha cisco por culpa de los nanorcos, y todo lleno de ferromañas, como esperábamos. Una cosa les digo desde ya. Se lo digo en off y se lo apunto entre líneas que ustedes entenderán, en el informe: por mucho repelente auditivo que se lleve, esos malditos microcéfalos si ojos de la factoría W, siguen consiguiendo zumbarle a uno el oído con sus chirriantes vocecitas y sus estúpidos acertijos basados en reglas de tres. He necesitado tres sesiones de monguerterapia para recuperar los implantes… coste que, por cierto, he adjuntado como facturable a la operación, por lo que ya están ustedes retocando el ROI. No digan nada, plástico: lo sé porque he venido actualizando la intranet y el anuncio de vuestros resultados en Neta. Os dais demasiada prisa y luego pasa lo que pasa. Sigamos.

En cuanto al sujeto nº158, nomenclado como Juan Glez .2, humanoide sexado macho por SM Inc. con 12.462 días desde la puesta en marcha, 174 cm de altura, 95 kg de peso en el momento de la intervención (71 antes de la inflamación craneal propia del SOTA en grado 2), no había presentado desviaciones anteriores: Además de pequeñas deficiencias en el sistema visual y en las coronas maxilofaciales, propias del modelo Firmin Blablear esp 78, no había datos sobre déficits mayores hasta la fecha del aviso. Sin informes negativos en el Ministerio Poliédrico, ni vinculación conocida con otros iniciados en las prohibidas Artes Magra. El sujeto había tenido, como marcaba la ref. de bastidor y los parámetros de su modelo, un cumplimento alto de unas capacidades medias.

Como bien adelantó el informe del Secretario – extraño personaje, por cierto…. No me extrañaría que llegase o viniese del Poliédrico…. Bien, como adelantó el Secretario, el sujeto 158 era un caso típico de director de penitenciaría creativa de cumplimiento medio infectado por el Síndrome Órfico de Transliteración Anodina (SOTA). 

Como todos los sujetos intervenidos previamente, en el momento de la interacción se encontraba en grado 3. No hacía más que repetir las habituales frases tipo, cuya estructura cumplió al 97% el estándar de los infectados: enunciado interrogativo compuesto por una elección entre dos preguntas sin sentido, que apelan a un interlocutor, generalmente de sexado femenino, por su nombre directo, no el de fábrica.

Por supuesto, y como presenta el estándar SOTA de la agencia ministerial, todo esto siempre acompañado por ridículos movimientos de volatinero del territorio de ferromañas antes conocido como Espagna y muecas
propias de los indígenas de la desaparecida isla de Tasmania o el prehistérico Teatro Nō (能). Plástico, ¿era
Tasmania o Polinesia? En fín, lo de siempre: 

"¿es la calandra un ave de cráneo o sólo el fruto de una percha en los cuezos, querida Marimar?"

Les pongo este ejemplo de enunciado SOTA extraído de la interminable parrafada de la sesión que podrán mandar leer a sus subordinados en el informe completo. En el suyo, ejecutivo y diagonal, no meto estas cosas porque me daría vergüenza, pero claro, a ustedes se les pone cara de ¿cómo se llama ese nuevo animal de compañía que se ha puesto tan de moda entre los VIP del Norte de Top Drome? Hienas, eso es… Hienas telepáticas de Policantonesia. En fin La intervención siguió el aplicativo de Error Fatal dispuesto en la normativa vigente aprobada por el Ministerio Poliédrico. Cinta, pistola de compresión, clavos de 12 y 15 recubiertos de Concretor 3000. Todo óptimo. El sujeto, como todos los anteriores, se transliteró varias veces, pero sus déficits en Expresión y Torsión, y lo predecible de sus fórmulas, hicieron que no presentase mayor resistencia que la media esperada. Ya se sabe. Un modelo medio es lo que es, por mucho Solipdramador que se implante gracias a las Artes Magras.

Para el despiece, usé las herramientas que me había dispuesto el Secretario, como bien avisaba su informe. Menudo pájaro el Secretario… ¿es el que se queda con la patente de explotación de la cosa, verdad?. Y decimos que los bichos se llaman ferromañas. Me van a permitir decirles que saben ustedes a Plástico, aunque a mi siempre me ha gustado más el término Mierda, que ahora ya no tiene sentido, pero que tanto cuadraba en la Era Fisiológica… la verdad, es que ya metidos en faena, me entran ganas de cargaros a cuenta dos chutes de Olvilidrina, o al menos una receta de Inocentonem 2.5 mg, aunque lo que de verdad necesito es un reseto COMPLEX, porque estoy al 94% y eso no es bueno ni para vosotros, malditas caras de hiena, ni para el Ministerio, ni para mi… ¿puedo decir mi, verdad? todavía podemos seguir diciendo “mi” verdad? En fin, que ahí tenéis la cabeza del Idiota, que yo me vuelvo a la cápsula, que empiezo a Darme Cuenta, y ya sabéis que eso es una encima muy molesta que puede llegar a pudrir las suturas craneales ¿Alguna pregunta?....

- ¿Por qué sólo cumplió al 97% el standar de los infectados?

Bien…. lo tienen todo en el informe detallado… pero igual se lo digo, porque ya veo que “han leído” el memorandum de adelanto que les envié desde la penitenciaría. Necesito el reset pero ya ¿lo entienden? En
fin, lo principal es esto; dentro de todo el infeccioso volumen de datos que el Iditoa enunciaba, cada ciclo de
158 frases interrogativas dobles, parecía mirarme, cosa que ya sabemos que es sólo una falacia de la máscara craneal puesto que los infectados tienen los emireceptores caídos hacia dentro debido al saturado de planteamiento inducido por el SOTA, aunque no deja de resultar estúpido que….

- Por favor, concrete, ¿por qué sólo cumplió al 97% el standar de los infectados?

Mierda, el sujeto, cada 158 veces me miraba y me decía “no te preocupes, esto es sólo un río que no existe”. Me costó arrancarle la CPU de la fuente de energía del plexo. Para que ustedes tuviesen su nuevo pisapapeles, yo tuve que escucharlo una y otra vez “no te preocupes, esto es sólo un río que no existe”, “no te preocupes, esto es sólo un río que no existe”… y yo sé que ustedes saben lo que eso quiere decir y por eso yo se lo adelanté por memorándum y ahora me vienen con que se lo explique de primeras, de viva voz ¿puedo decir todavía, viva voz mía? Plástico, plástico, maldita sea, ¿desde cuándo nos llevan engañado a todos?

- No se preocupe, esto es sólo un río que no existe





CUENTO CINEMATÓFAGO (¿A QUIÉN
ENGAÑA R RABBIT?)

Por el amor de Dior, deja de poner esa cara. Ya te he dicho que los sellos los tiene la J de Corazones y que tú dejaste hace 3 horas que el tuyo te lo lamiese el Orugón que tiene todo ese purple haze. Si. La misma J de Corazones a la que le tiraste encima aquella taza de teína. No me digas que ahora te da miedo volverte una figurita de cristal, porque hace un rato estabas hecho un Ziggy Stardust de la vida. Si es que cuando no hay costumbre, solo queda vicio. Que te pones mu loco. Cari, ya sé que tienes el ansia y que llegas tardetardetardísimo. Si a mí también me da miedo la coneja de tu mujer, pero a mi no me metas en tus líos…Eso te pasa por liarte con los otros dos, que son unos chuzos: todo el día con la teína, 364 al año con la teína y la descelebración… cari, ¿pero no te das cuenta que son unos pasaos? Que estás más acabaos que la Falange de Utrera, cari… por el amor de Dior! con esa cosa de la vejez debajo de todo ese maquillaje que se les nota cuando te acercas o les pega alguno de los fashes… que es que no y no! aunque te quedes alcaloide perdido, a mi no me lías con tantos ojitos y tanta genuflexión! Ahora te apañas como puedas: cari, mírame y que tus pupilas sientan deslizarse esto que te digo: its your fucking problem, my puppet face, ya te dije que sin sello no ibas a poder atravesar el espejo. No me vengas ahora con que todo esto es mu raro y que es la primera vez que necesitas un sello para salir de una fiesta. Ya te dije que esto era el sueño temático de un diácono anglicano muy, pero que muy de la disciplina inglesa.





CUENTO CINEMATÓFAGO FABIO
ZERPA (LOST IN RANSLATION)


Las luces de la nave te ciegan y te obligan a parar el coche. Dos marcianos salen de su interior, se te ponen delante y te piden que bajes la ventanilla. Oiga, ¿no sabrá por qué estamos aquí, verdad?. Tú se lo hubieses explicado todo punto por punto, pero al no llevar todavía implantado el Translaptor, no puedes entender nada ni hacer otra cosa que no sea retorcerte al sufrir la punzada de la chirriante voz de aquel pobre bicho desorientado. Un sonido que produce la cocción instantánea de tu cerebro, acabando contigo, que tanto habías teorizado acerca de la conexión entre “la voz divina que quema” como atributo reiterado de las deidades de nuestro planeta y el efecto que producía la fonética de los marcianos en nuestro cerebro, algo que abría un mundo de interpretaciones y que te había conseguido cierto prestigio en el nuevo escenario de ensayistas y teóricos de todo pelo que la llegada de los bichos había creado, motivo por el cual conducías a esas horas por una carretera secundaria, volviendo de una conferencia, con dos copitas de más.





CUENTO CINEMATÓFAGO DE ESPEJOS


Estabas atado a una funcional silla de hierro forjado, muy propia de la inquisición española que tanto te había apasionado. Sentado y atado a una silla que pesaba un quintal dentro de una habitación completamente acristalada en la que unos tipos iguales estaban a la misma silla y luchaban con la misma soga y mordían la misma mordaza, luchando ridícula y desesperadamente, igual que tú. La misma mordaza, el mismo traje gris de la entrevista, igual que tú. Entonces comprendiste y todos dejasteis de apretar la mordaza. Mirabas tan de cerca a los ojos de la mosca que creías que 






CUENTO CINEMATÓFAGO SOBRE  REPLICANTES: SIMÓN Y JOB (ALERGIA)

Lo había dejado todo. Había abandonado el mundo y el calor de los hombres. Huyendo a través del bosque, se había rasgado la ropa y al llegar a la cueva en la que llevaba metido desde el último invierno, contra las piedras había raspado su cuerpo, principalmente espalda, cabeza y manos, para desprenderse de cualquier tipo de residuo. Desde el último invierno no había salido de la cueva mas que los primeros días para orinar, cagar y vomitar, hasta convencerse que su cuerpo había expulsado cualquier sustancia o huella del mundo del hombre. Y aún así le seguía picando. No le había parado de picar. La pregunta era obvia y le vino a la cabeza mientras miraba el dedo corazón de su mano izquierda, que palpitaba ensangrentado después de haberse arrancado la uña. La pregunta era obvia y llevaba dentro la respuesta, por eso, en lugar de hacérsela, sólo se le ocurrió musitar ¡Oh, dios mío!




CUENTO CINEMATÓFAGO SOBRE TAMBORES DE HOJALATA

Teniendo 7 años y siendo el encargado de apuntar en la pizarra a los alumnos que no guardaban la compostura adecuada las veces que doña Eloísa se tenía que ausentar por algo que la pasaba con un almendro, vi a los reyes Vmagos. Y no es que me quedase esperando a que viniesen, que quede claro. Fue algo, digamos, fortuito y que, en el fondo, visto ahora, tiene cierta gracia, no sé…. ¿poética? El caso es que tenía 7 años y me había levantado a mear porque me había bebido la leche que dejó mi madre para los camellos. Lo había hecho yo a modo de mofa por esta farsa de los Reyes Magos, en la que nunca llegue a creer, pues siempre supe que era el esfuerzo de mis padres por ofrecerme la mejor mierda que pudieran conseguir con sus ridículos y mal pagados trabajos. me había puesto morado y me entraron ganas de orinar a las tantas. Mientras bajaba al baño, desde la escalera, los vi. Los Reyes Magos. Los Reyes Magos de Oriente. Eran tres fantasmas muy tristes que dejaron oro, incienso y mirra, pero luego mis padres se lo quedaron y lo cambiaron por un coche teledirigido, un airgamboy y un plumier.




CUENTO CINEMATÓFAGO MUY NOIR
(MATRUSKA DE UNA CABEZA)

Ahora ves el esfuerzo (¿qué?). Ves el esfuerzo sin dejar de bisbisearte (de que te bisbiseen) desde una esquina de no se sabe dónde en la cabeza, que eso de “ver el esfuerzo”, es una gilipollez tan grande como la de “oír los colores” con la que se zurraban los hippies (¿o no es una gilipollez, perla?) Gilipollez o no, es todo lo que hay. Hay AHORA y ver el esfuerzo sin sentir otra cosa que esa sensación extraña (desagradable) que te recuerda el vaciado del estómago tras el agua caliente de una irrigación (¿qué?) o cuando éste se queda suspendido, esperando a que vuelvas a colocarte en él, tras el badén o el columpio (¿cómo?). La extrañeza y este zoom en cinemascope del esfuerzo (pero a estas alturas, ¿qué importa?).

El agujero las manos el blanco a veces el negro: el azul. Eso es todo. Ves el esfuerzo y no esa patraña de postales flaseadas de la puta vida entera que debería pasar por tus ojos (ya te digo) como si fueses Forrest Gump esperando el autobús junto a una camarera bizca que, tras el turno de noche, (¿cómo?) debe elegir entre aguantar la balada del idiota o irse a cantar la suya a su puñetera casa (¿de dónde pollas te has sacado a esa mujer?). Era una digresión para explicarte (buaaaaaaa, digressssión) pero es cierto, no. No tiene que ver nada con esto que hay aquí ahora, delante, a 30 ó 35 centímetros de las manos la mejor de las veces (calculas con un tino que jamás tuviste), en una masa de azul que lo envuelve todo, donde caes, como si la masa cayese y tú dentro de ella mientras las manos son punzadas hacia arriba diez veces (falange, falangina, falangeta) en la imagen de un terrible esfuerzo que ni cansa ni duele (a ti), cuyo objetivo no es otro que esa barra o placa o lo que sea que se ve y que las manos no alcanzan, pero que sabes que es una parte del coche (una sombra de… por cierto: qué largos los dedos en el esfuerzo).

No has tenido apariciones dickensianas de los que tantas películas te hiciste mientras fantaseabas con el asunto desde pequeño, si te dejaban el tiempo suficiente solo en una habitación (fíjate tú ahora): esto es una cámara, sí, filmando ver (fantasma de las navidades pasadas) pero nada más que eso; ver (estar viendo) a través de la algarada de burbujas que, en torno y hacia arriba (fantasma de las navidades presentes), crea la torsión del esfuerzo sumada al peso muerto de la bolsa (fantasma de las navidades futuras), hacia abajo. Nada más que ese esfuerzo que dices que ves cuando no haces más que pensar (y pesar) sin cuándo.

Pensar pesar sin cuándo. En una atmósfera enloquecida de burbujas (lo que piensas que sabes que son burbujas), ves la silueta de las manos que se estiran hacia la luz del agujero en el hielo (lo que tú sabes que es un agujero en el hielo), atravesado por lo que sabes que es un trozo de metal (del coche, aunque dudando, dudando, puede ser un paraguas o la sombra de un árbol) objetivo del esfuerzo de las manos (o una de esas pestañas que se te quedan en el ojo): el asidero de una sombra horizontal que cruza el agujero en el hielo y que está demasiado lejos para alcanzarla (una catarata) y demasiado cerca para dejar de intentarlo (o una úlcera, como aquélla que dejó ciego al perro de Semprún).

Piensas (piensas que piensas y piensas que te sonríes mientras piensas) que con un poco de suerte, alguien encontrará tu cadáver (igual que un mazapán azulado), y a tu pierna izquierda irá atada todavía (si hay más suerte), la saca de trapo con la cabeza dentro. Y dentro de la cabeza estará la polilla. Y nadie jamás tendrá el por qué y el qué ha pasado aquí (nadie, querido mazapán) porque todo ha sido un cúmulo de chuflas y medias coincidencias hasta aquí (quién te iba a decir a ti, querido mazapán). Ni conoces a los que urdieron el asunto del maletero de ese coche, ni ellos te conocen a ti (¿qué ellos? ¿qué asunto?). Tú sólo elegiste el pequeño Buda de latón. Nadie sabrá nada del pequeño buda de latón, ni cómo aquella mirada (miope, ahora sabes) sirvió de detonante de lo otro que, en silencio y hasta el retrete del bar, fue creciendo en ti como una sombra viva (ñam), mientras seguías aquella espalda que, a tres o cuatro pasos de distancia, jugueteaba con unas llaves, lanzándolas y recogiéndolas con la mano izquierda (¿todo por el buda?). No lo sabrán nunca, como tú no sabes porqué entró en el baño que no era (¿y cómo coño sabes que no era?) y tú detrás.

Te hundes (piensas que te hundes) mientras el bisbiseo zumbón (¿quién?) lanza y lanza su monserga (o la repite) te hundes (porque todo esto, alhaja) piensas que te hundes (a lo mejor no es otra cosa que un río mamado Carlos) te hundes (o un chiste del infierno en el que te preguntas) ¿será de mujer o de hombre la cabeza? ¿es verdad que dentro tendrá una polilla? (te hundes) ¿quién era esa persona, que pudo hacer algo como cortar una cabeza y luego tener la poca originalidad de meter una polilla dentro de la boca? (piensas que) ¿de verdad pesa tanto una cabeza como para hundirte? ¿de qué es, entonces, la cabeza?(te hund…) descubrirá alguno en algún momento que tú nunca aprendiste a conducir? (…es).





CUENTO CINEMATÓFAGO (EL SUEÑO
DE LA RAZÓN PRODUCE LEDAS)


Acerca la cara a la pared hasta que la oreja se pega a las espinitas de gotelé. Escucha la respiración del bicho e imagina cómo se apañarán los operarios que suban para intentar echar al rinoceronte que alguién metió en la habitación de al lado, hace cuatro días. Sí, el rinoceronte. Lo sabe porque alguien lo dijo, tras abrir la puerta para entrar y antes de salir por pies, gritando por el descansillo como alma que llevase el diablo, ayer, sobre las diez y media. Hasta ese momento, sólo escuchaba su enorme respiración, al lado de la otra.

La otra, la que de verdad le tenía tieso y que, tras el goteo final de aquella orgía, había oído entrar en la otra habitación, sola. Y a ella, tras un rato, se había unido la respiración del rinoceronte. Aquello le pareció la guinda de una bacanal de la que él había estado muy al tanto, desde que, sin nada más que hacer, se pusiese a retocar la paralela que hacía el cuadro que tenía enfrente de la cama, con el suelo. Desde ahí pudo escuchar el primer disparo de botella de champange. Y la primera risotada femenina.

Cada vez que alguien o algo llegaba o escapaba de aquel sitio, crujían los pernios de su puerta, al lado: 25 veces contó, en las presentaciones y 16 en las despedidas, por lo que calculó que la velada había sido rica en intersecciones y couplés. Una cosa que le intrigaba muchísimo era lo del ganso ¿cuándo había entrado? ¿cuándo salió?¿era aquello un ganso? por lo que su oído entendía de ornitología, podía ser un ganso, un cisne, o una abutarda común. Maldita la idea que había tenido él alguna vez de pájaros.

De repente, se separa un poco. Se rasca. Vuelve a acercar la cara y esta vez renueva el peso de su cuerpo sobre el gotelé. Pega la oreja con más fuerza, para ver si oye despertarse aquella repiración penúltima, que había entrado, sin hablar, una vez sofocada la algarada de la fiesta, y de la que él sólo entendió el rozar, ligero, de algo parecido a seda. Ha pensado mucho estos días en aquella (esta) respiración, que tras el carnaval de champange y gansos, había entrado, dado una vuelta grácil por la alcoba, había movido algo como un butacón o un diván y, tras escribir o dibujar, se había quedado dormida o al menos, en silencio. Uno hecho de una cadencia más lenta, pesad y profunda que la de la respiración que había entrado en el cuarto.

No supo si escribía o dibujaba: tal era la gracia de sus movimientos, que no se podía distinguir y tal era el silencio que había quedado tras la fiesta, que le podían asaltar esas dudas. Tal era el silencio que él ya se sentía como un ciego al lado de ella y no como un hombre con la oreja pegada a la pared de una habitación,  solo y a oscuras.

No paraba de pensar en cómo podía ser que ella, tan suave y tranquila, no hubiese cambiado el ritmo, despertando, y en cómo es que hasta que no se había quedado dormida, no había aparecido el sonido de la otra, la masa lenta, monstruosa y pesada de la respiración del rinoceronte.






CUENTO CINEMATÓFAGO DE OZ


Aunque te habías acostado borracha y molida otra vez (cosas de tu nuevo empleo), te despertaste de golpe, sudando y asustada doblemente. Tu marido, el bulto enorme de esa máquina de respirar a tu izquierda que sabías que era el santo (peludo) de tu marido, daba extrañas coces al intentar, en el horizontal de la cama bajo los brazos de la lámpara (que te daba vueltas como una hélice de Apocalipsis Now), chocar los talones, una y otra vez, en espasmos que te robaban la sábana y parecían golpear dentro de tu sueño. Chocarlos desesperadamente, el pobre inútil… Dije “doblemente asustada”, verdad, cariño? eras tú la que soñaba (sueño profundo y vívido de borracha) con una gigantesca máscara de cera sin rasgos conocidos, que te decía: “¿no te has dado cuenta ya, Dorothy?. ¿Es que no te has dado cuenta?”





CUENTO CINEMATÓFAGO ANTES DE
NAVIDAD


Ayer soñé con una tipa que me llevaba a través de un pasillo enmoquetado en rojo: vestía un traje de azafata gris y su piel era muy blanca: me iba diciendo algo en plan asistente de hotel, con una amplía sonrisa que no podía competir con el blanco de su rostro. Daba igual, yo no oía nada: alguien había quitado el sonido igual que se hace con una tele: sólo la veía mover los labios: rojos, usados y gruesos como la moqueta de la que estaban forradas las paredes y el suelo por el que avanzábamos: el techo era un espejo continuo, aunque no recuerdo haber mirado la escena que se reflejaba en él: lo veía todo a través unos anteojos hechos con dos tubos que enmarcaban mi visión, haciendo de ese foco un lugar extremadamente nítido: al final del pasillo había dos puertas de madera, cerradas, blancas y lisas, con un agujero cada una donde debería estar el pomo: a cada lado se extendía otro pasillo similar al que usábamos nosotros: estuve seguro de que otros pasillos se extendían y repetían de la misma forma que lo hacía éste, aunque no lo vi: dos niños vestidos de traje azul se situaban a izquierda y derecha de esa bifurcación, al lado de las puertas: supe desde el principio que eran niños de San Ildefonso que custodiaban cada uno una puerta: cuatro pasos por delante de ellos había una pequeña mesa de cristal y sobre ella un bombo de metal dorado que tenía un tamaño extraño: parecía no superar la talla de una cabeza humana, y aún así, en él cabían holgadamente tres pomos de puerta, también dorados, con un pequeño saliente cilíndrico cada uno: ninguno tenía esa parte que se usa para meter la llave: eran los tres lisos como espejos: parecían bolas de navidad: debajo del bombo había un cestillo de mimbre, de los que se usan para poner el pan: vi cómo mi mano izquierda giraba una manivela dorada para hacer girar el bombo: paró y me aparté: uno de los pomos quedó en la boca de salida del bombo: el niño de la puerta izquierda se acercó, y tras abrir una pequeña trampilla y dejar que el pomo cayera, lo recogió: vi cómo realizaba el mismo ritual que el que se repite en un sorteo de lotería vulgar: extracción, lectura, canción y muestra al público: yo lo veía todo a través de esos dos marcos circulares negros, como si mirase a través de unos impertinentes, aunque no pude oír lo que decía: todo seguía pasando en un silencio que hacía pensar en el “mute” de un televisor: una vez terminó, el niño de San Ildefonso regresó a su sitio y se quedó parado al lado su puerta, frente a mi visión, alzando el pomo con su mano izquierda: el niño de la puerta derecha me hizo un gesto con la cabeza para que volviese a girar el bombo, cosa que mi mano izquierda volvió a hacer, accionando otra vez la manivela dorada que a su vez hizo girar el bombo: cuando paró y me aparté, el niño se acercó, y tras abrir la trampilla, recogió el pomo caído en el cestillo repitiendo la ceremonia de su gemelo, hasta quedar al lado de su correspondiente puerta, sosteniendo en su mano izquierda el pomo en alto: aunque ambos niños parecían haber leído algo en esos pomos, yo no aprecié ninguna inscripción en ellos: pude mirarlos detenidamente gracias a un zoom que me permitió ver cada pomo cayendo sobre el pequeño cesto de pan que a modo de nido le cabía debajo al bombo: estuve completamente seguro de que ese cestillo de pan era el mismo que el del cuadro de Dalí: estuve seguro de que se lo habían robado a Dalí: los dos niños de San Ildefonso se mantenían ahí parados, hieráticos, cada uno como un reflejo del otro, con un pomo dorado en la mano y detrás las dos puertas blancas en las que estuve totalmente seguro que debía encajar sólo alguno de los que había en el bombo: “alguno” y no “el que yo llevaba”: sin pensar por qué, me acerqué al niño que tenía a mi izquierda y éste me entregó el pomo que alzaba: no había nada en la expresión de su rostro ni en su manera de entregarme el pomo que le diese “intención” a sus acciones: eran movimientos huecos: no sé por qué, pero no inspeccioné el pomo para comprobar si realmente llevaba algo escrito: lo cogí y me dirigí a la puerta que custodiaba el otro niño de San Ildefonso: no tuve sensación de romper regla alguna al coger el pomo de uno y acercarme a la puerta del otro: no pasó nada en particular: el niño de la derecha siguió firme cuando me acerqué a su puerta, con la mano alzada mostrando el pomo que le correspondía: al igual que su gemelo, tenía cuerpo y rasgos pero no expresión que lo “diferenciase”: mi mano izquierda adecuó la posición del pomo al agujero de la puerta e introdujo el pequeño saliente cilíndrico que éste tenía: al encajar, mi mano sintió cómo hacía clic, cosa que confirmó mi sentido del oído: fue el único sonido en todo el sueño: clic: dejé de ver a través de esos anteojos hechos con tubos: giré hacia la derecha el pomo, que cedió con facilidad: abrí la puerta y desperté.





CUENTO CINEMATÓFAGO (LA
PRIMERA COMIDA DEL AÑO)


Me desperté bocarriaba encima de la cama. Sin encender ninguna luz, respiré profundamente y estiré mi joven y delgado cuerpo de adolescente. Sentí el pequeño y gratificante dolor al tensar los músculos después de una borrachera como aquella. Abrí los ojos para ir acostumbrándome a esos hermosos ojos verdes de la noche. Una enorme foto de cuerpo entero en blanco y negro de Pessoa ocupaba la parte que coincidía con el largo de la cama. El blanco de la foto parecía brillar tenuemente en la oscuridad, y estaba colocada de tal forma, que mi nueva cabeza coincida exactamente con la de aquel hombre hueco de gafitas redondas. Según los ojos se me acostumbraban a la oscuridad, la imagen se hacía cada vez más nítida. Cerré los ojos. Eras un personaje. Me sonreí recordando lo que habría pasado por esa cabecita para acabar poniendo eso ahí. Tenías que serlo, porque brillabas como una señal de alerta. Delicioso Ruidos provenientes de la planta baja me hablaron de la actividad que había en la casa. Una casa grande por donde correteaban al menos 10 o 12 personas, de edades que iban del nonato al nonagenario. Metí los restos y el revoltijo de ropa en una bolsa grande de deporte que, tanteando, encontré debajo de la cama. Bajé a desayunar, o a comer, o a lo que tocase. 

Saludé y todos me dieron los buenos días. Cada uno de una manera distinta, más o menos perceptible, más o menos aparatosa. Uno de los hombres adultos, poniendo sus labios muy cerca de mi oído al abrazarme, me pidió que le contara luego, con pelos y señales lo de la pelirroja de ayer. Yo sonreía mientras iba sintiendo una lenta oleada de calor mezclada con una agradable y pastosa sensación de hambre que se concentraba en mi boca. Un plato de consomé caliente y una caricia en la nuca. Un beso y platos cruzando por encima de la mesa, entre las manos. Una mujer muy mayor, con ojos negros y pequeños, me miraba y se sonreía, moviendo ligeramente la cabeza. Me recordaba a uno de aquellos mascarones del Coro, en las Tragedias de mi querido sosia ¿o eran Comedias? Cronos es más lento pero igual que la negra Ker. Todo lo acaba borrando, aunque antes lo morfa. Mientras metía la cuchara llena de consomé en mi boca y notaba como mi organismo recién estrenado agradecía aquel líquido espeso y caliente, tuve la certeza de que podría quedarme para siempre en ese cuerpo y no volver a conseguir otro huésped. Fue un hermoso pensamiento que enseguida se desintegró ante el recuerdo del plazo de tiempo del que disponía. Y de lo que debía hacer.






CUENTO PARA EL AÑO 
DEL FIN DEL MUNDO 
(QUE PASÓ)


Ya se ha hecho de noche aquí dentro de otro aquí en el que un farsante no ha dejado cada equis de guiñar un ojo, y aunque sea cierto que no ha movido la boca, tampoco ha parado de bisbisear, con una maña oscura, lo de “nunca debió pasar nada (y pasó)”